Por Fernando Véliz Montero (Chile)
Sobre la resiliencia (del latín salire y del término resilio, que significa “volver atrás, resaltar o rebotar”), podríamos decir que se basa en las zonas iluminadas del ser humano. Es decir, se valida desde las fortalezas, certezas y potencialidades que todos poseemos de una u otra forma. Frente al estrés inminente y demoledor que para muchos puede significar una derrota, para otros es una experiencia de fortalecimiento y desarrollo. De este modo, la resiliencia nos invita a pensar en la flexibilidad que todos tenemos como un elemento básico de adaptación a un entorno incierto. La resiliencia (o resilencia), esta capacidad para revertir la adversidad, es hoy un tema de estudio en los diversos campos del conocimiento en el mundo entero (salud, educación, economía, ciencias, entre otros).
Actualmente, este concepto transformador es también definido como un proceso psicológico, biológico y social que permite el desarrollo en las personas, más allá de las experiencias extremas de vida. Para entender la resiliencia con mayor profundidad, nada mejor que pensar en estas preguntas: ¿a qué se debe que, frente a desastres naturales (inundaciones, terremotos, incendios, etc.) y no naturales (guerras y matanzas), existan territorios humanos (pueblos, ciudades, países) que poseen una mayor recuperación económica, arquitectónica y social que otros? ¿Cómo es posible que Japón, pese a haber sufrido la bomba atómica, hoy sea una nación desarrollada y líder en la industria tecnológica? ¿Será gratuito que Europa, después de quedar devastada con la Segunda Guerra Mundial, hoy posea el encanto y la belleza de una región que no conoció bombas y balas? Es decir, los seres humanos, solos o acompañados, pueden en algún momento de sus vidas emprender un camino de sanación que los desafíe a asumir historias de dolor y después, con el tiempo, transformarlas en nuevos contextos para acceder a una mejor vida.
El holocausto nazi ha sido una de las mayores vergüenzas del género humano. Millones de vidas fueron silenciadas en los hornos de Hitler. Partiendo de este imperdonable horror (y error) humano deseo exponer cuatro historias de vida que resumen, con creces, el valor y el poder que la resiliencia abre frente a escenarios de desgracia. Aprender a partir de nuestras heridas para profundizar hacia un sentido mayor son recursos posibles para la reconstrucción de un presente y un futuro diferente, atento y consciente.
a) La Libertad individual como un recurso para la vida
“El hombre nace libre, responsable y sin excusas” (Jean-Paul Sartre)
El sentido de la resiliencia lo usó certeramente Viktor Frankl al narrar su gran obra El hombre en busca de sentido, cuando cuenta su supervivencia en los campos de concentración nazis. Este catedrático en neurología y psiquiatría de la Universidad de Viena planteó que la búsqueda del hombre del sentido de la vida es el resultado del impulso de una fuerza primaria: “Este sentido es único y específico en cuanto es uno mismo y uno solo quien tiene que encontrarlo; únicamente así logra alcanzar el hombre un significado que satisfaga su propia voluntad de sentido” (Frankl, 1986).
Frankl, con el tiempo, tuvo que sanarse para así sanar a otros. Muchas veces ocurrió que llegaban a su consulta atribulados pacientes y él al verlos entregados y resignados, les decía en tono desafiante: “¿Usted por qué mejor no se suicida?”. Las razones del porqué eran diversas (familiares, habilidades sin desarrollar…). Claramente, había una atadura con la vida, atadura que Frankl había cortado décadas atrás con su familia (padres, hermano y esposa), todos exterminados en cámaras de gases en Auschwitz, Polonia.
La pregunta de Frankl acerca del suicidio era brutal y reveladora, pero a la vez era honesta y clara, y lo que por lo general se aprendía de ese ejercicio era que la libertad era un activo a la hora de modelar la vida que deseábamos alcanzar. En el mismo libro, el autor expresó muy bien esta filosofía, relatando una experiencia límite de libertad individual: “Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barrancón en barrancón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba”. Frankl cuenta que esta actitud no era masiva, pero sí añade que cada uno de estos gestos demostraba que a un ser humano le podían arrebatar todo, salvo su libertad individual. El autor valida la libertad desde el optar, tomar decisiones, encausar una actitud como símbolo de autonomía humana, como un campo de experimentación, de interpelación y acción diaria. En otro escrito fundamental (Ante el vacío existencial), Frankl afirma que se hace evidente que el hombre está permanentemente sometido a múltiples condicionamientos (biológicos, sociológicos, psicológicos), condicionamientos que reducen sus instancias de libertad. Pero el autor hace un énfasis al decir que el hombre sí es “libre para adoptar su propia postura frente a todos los mencionados condicionamientos” (Frankl, 1990). Esta idea la reitera en El hombre en busca de sentido al afirmar que al ser humano “se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio destino” (Frankl, 1986).
b) La Esperanza como un recurso para la vida
“Donde no hay esperanza no puede haber esfuerzo” (Jonson)
Auschwitz (Polonia) fue también el campo de concentración donde Ana Frank perdió su larga cabellera (materia prima para la confección de correas de transmisión), paso obligatorio para concluir sus últimos días en el campo de concentración de Bergen-Belsen (Alemania). Desde el 6 de julio de 1942 hasta el primero de agosto de 1944, Ana, junto con su familia, se refugió en el “anexo secreto”, un escondite habilitado dentro de su hogar. Una denuncia maliciosa desveló este secreto, entrando la Gestapo a detener a toda la familia. Diez personas habitaban el inmueble y sólo el padre de Ana sobrevivió. Ella murió en marzo de 1945, con 15 años de edad. Su legado fue un diario de vida (El diario de Ana Frank), documento histórico escrito por ella en holandés, un texto que por décadas ha resultado una memoria activa de la época para todos quienes lo han leído. Otro de sus grandes legados fue su capacidad para resistir y siempre optar por la vida. Pese a los múltiples escenarios de amenaza que experimentó, Ana Frank siempre estuvo atenta y dispuesta a generar ventanas de luz y espacios de vida en contextos altamente mortíferos. El miércoles 19 de abril de 1944, ella escribió en su diario: “¿Hay algo mejor en el mundo que mirar la naturaleza por una ventana abierta, oír gorjear los pájaros, las mejillas calentadas por el sol y tener en los brazos a un muchacho que se quiere? Con un brazo alrededor de mi cintura me siento muy bien y segura, pegada a él, sin decir palabra” (Frank, 2002). Con estas frases, Ana Frank nos deja como legado el poder que genera una actitud positiva. Actitud atenta a la adversidad, actitud enamorada de la vida misma, actitud articuladora de flexibilidad frente a un estrés extremo. Ana Frank literalmente vivió esos años en una cárcel autoimpuesta (por supervivencia obviamente), y a la vez, supo construir interiormente llanuras de esperanza donde vivir, crecer y buscar nuevos alientos para la vida. Para ella la esperanza (“confianza en lograr una cosa”, Díez, 1968) estaba en su relato, en su imaginación, en su discurso, emoción y palabras. Era la esperanza la que la mantenía viva, concepto que, según el filósofo y premio Nobel (1950) Bertrand Russell, la ha validado por décadas, “… con esta esperanza, aunque la vida siga siendo triste, no será carente de finalidad” (Russell, 1963).
c) La Memoria como un recurso para la vida
“Lo que ocurre en el pasado vuelve a ser vivido en la memoria” (Dewey)
A Auschwitz también fueron deportados los padres de Boris Cyrulnik, psicoanalista y uno de los grandes artífices en el desarrollo de la resiliencia en el mundo. Cyrulnik fundó la etología humana y es profesor de la Universidad de Var (Francia). Autor de múltiples libros en estas materias (Los patitos feos, Me acuerdo, El niño abandonado, entre otros), a partir de sus propias heridas ha podido, a lo largo de estas décadas, acompañar procesos de cura en otros. Los padres de Cyrulnik participaron activamente en la resistencia contra los nazis; en 1942 fueron deportados a Auschwitz y desaparecieron. Del resto de su familia, también perteneciente a la resistencia, nunca más se supo. Con sólo 5 años, Boris Cyrulnik se quedó solo en el mundo. En su libro Me acuerdo, surge la memoria como el gran tema a estudiar. Ésta se analiza desde una generosidad inédita por parte del autor, ya que, en cada una de las páginas, se narra su experiencia frente al holocausto alemán. A partir de un relato lejano-cercano surgen sus pérdidas (padres y familia), fugas, persecuciones y supervivencia, narración que se basa en la resistencia como un símil de la vida misma. En 1985, Cyrulnik vuelve nuevamente a Burdeos, y en 1998 a Pondaurat (donde se ocultó por un tiempo). Y es aquí donde nos deja claro el autor que la memoria surge como un campo de aprendizaje: “Los traumatismos de la primera infancia, por tanto, aunque puedan ser de una formidable destructividad, también pueden despertar estrategias de supervivencia que poseemos en nuestra memoria ancestral”, concluye el psicoanalista. En enero de 1944 Cyrulnik se escapó una vez más del acecho nazi, y esta vehemencia por la vida fue reforzada posteriormente todos los días de su existencia diciéndose a sí mismo: “Si puedes escalar, siempre podrás cambiar tu suerte. La libertad está al final de tu esfuerzo […] no podrán conmigo, siempre hay una solución”, pensaba Boris en sus momentos de huida (Cyrulnik, 2010). Podemos afirmar que este reconocido psiquiatra definitivamente cambió su destino. Una muerte segura fue sustituida por una vida dedicada a la creación de ideas y a la colaboración permanente frente a los requerimientos de otros. Su memoria articula acciones biófilas (“La conciencia biófila es movida por la atracción de la vida y de la alegría”, Fromm, 1992), ya que ésta se ha nutrido de diversas victorias frente a los retos de la vida. Cuando surge el recuerdo positivo de haber controlado una situación límite (no ser apresado, por ejemplo), en ese preciso instante aparece una confianza mayor en uno mismo, afirma Cyrulnik.
d) La Dignidad como un recurso para la vida
“Un hombre tiene que tener siempre el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo” (Juantegui)
Por su parte, Stanislas Tomkiewcz (La adolescencia robada), psiquiatra polaco, es parte de estos fuegos incendiarios de los que habla Galeano. A los 16 años ya había sobrevivido al infierno del Ghetto de Varsovia. Sus dos intentos de suicidio, su milagrosa huida, en la que sólo él salió con vida —su familia desapareció en los campos de concentración— y su estancia como prisionero en Bergen-Belsen nos hablan de esta llama de vida resiliente. Fueron la muerte, el dolor y la pérdida las únicas compañeras de viaje para este niño, que con los años se transformaría en uno de los psiquiatras más renombrados internacionalmente por lo que respecta a trabajo con niños autistas, discapacitados y jóvenes delincuentes. En su libro La adolescencia robada: una vida de resistencia, resiliencia frente a la adversidad, el autor expone cómo se sobrepuso al horror nazi y, lo más importante, cómo sigue hoy, aún vivo y felizmente sanando a otros (Tomkiewcz, 2001). Tomkiewcz es un curador de heridas, pero antes de curar, tuvo que sanarse él. Tuvo que levantarse de sus propias cenizas, para posteriormente crease un futuro… Nada de lo que hoy es este psiquiatra se justifica con la suerte o el azar. La resiliencia fue su camino y la dignidad su herramienta de acción. “Pese a todo, tengo un muy buen recuerdo de ese mes de junio de 1945 en la Salpetrière (posnazismo). Estaba bastante orgulloso de encontrarme ahí, aun en calidad de desahuciado, y por lo demás, no creí ni por un segundo que ahí moriría; la muerte, eso es para los otros. En voz baja, sentado a lo indio a los pies de mi cama, me decía: un día volveré de otro modo” (Tomkiewcz, 2001).
Posibles Aprendizajes…
De esta forma, revertir una crisis es un desafío no menor. Cada uno de los relatos expuestos traspasa una experiencia de vida, en donde no sólo se visualiza una acción decidida, sino también una razón poderosa de por qué se debe salir adelante. Frankl, Tomkiewcz y Cyrulnik han colaborado en el mundo entero con sus terapias y prácticas psicológicas que han fortalecido a quienes han vivido en algún momento de la vida contextos de adversidad. Vemos cómo estos tres candidatos a morir en manos de los nazis en algún momento de sus existencias, hoy trabajan para fortalecer al mundo entero gracias a sus experiencias de vida desde su dolor. Por su parte, Ana Frank no logró sobrevivir al holocausto nazi, pero su gran legado a la vida fue su diario. El poder resiliente de esta obra se refleja en cada una de esas páginas, en las que con candidez y optimismo supo construir un marco de esperanza para las futuras generaciones que leerían con avidez sus palabras. Ana, con un coraje extremo, con un relato honesto y cargado de ternura, pudo construir un mundo en paralelo, para así, con los años, dar sentido y ejemplo de vida a muchos jóvenes del mundo entero.
Fernando Véliz Montero
Ph.D en Comunicación Organizacional ©, Coach Ontológico, Periodista, Diploma de Formación Acción en Indagación Apreciativa, Diploma en Estudios de Audiencias y Magíster en Comunicación. Conferencista para Colombia, Ecuador, Argentina, Venezuela, Paraguay, Uruguay, Perú y Chile. Autor de Resiliencia Organizacional (Gedisa) y Comunicar (Océano-Gedisa). http://www.fernandovelizmontero.cl/
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