miércoles, 8 de abril de 2015

Cómo hacer que tus hijos estudien

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Por Carlos Melero

Considero que las personas hacemos las cosas por dos grupos de razones: las que justifican y las que movilizan. Las primeras son los porqués, la historia pasada que justifica la decisión; la experiencia y el aprendizaje que nos permite conocer las consecuencias de ciertos actos. Las segundas son los para qué, los ideales que se quieren conseguir, los resultados esperados. Como coach (en general, y también como coach de adolescentes) me centro mucho más en lo que moviliza que en lo que justifica y, aunque ambos elementos influyen en la decisión de actuar, este artículo habla sobre todo de los segundos: el para qué de las cosas.

Antes de proponer las claves para conseguir motivar a los hijos para que estudien, me gustaría hablar sobre el concepto de obligación frente al de motivación. Si prefieres leer directamente los consejos, puedes ir más abajo, donde pone La relación motivadora, pero me apetece mucho compartir los pensamientos que me han servido para llegar a estos consejos y te recomiendo que lo leas porque será la mejor manera de encontrar tu propio estilo a la hora de aplicar lo que aquí comparto, si consideras que te puede resultar útil.

Como coach y como precursor del pensamiento útil, creo firmemente que todos nos movemos por motivaciones o, dicho de otra forma, por motivos.

No puedes obligar a una persona a reírse,
pero puedes contarle un chiste.

Muchos padres y madres me preguntan cómo pueden hacer que sus hijos se acuesten a su hora, estudien o recojan la habitación. En esos casos siempre me acuerdo de aquello que Viktor Frankl concluyó tras haber vivido en un campo de concentración: “No puedes obligar a alguien a hacer una cosa que no quiere”.

Sin embargo, los padres estamos acostumbrados a obligar a los hijos a hacer cosas que no quieren y, nosotros mismos, estamos siempre quejándonos porque tenemos que hacer cosas que no nos gustan.

Cuando pienso en los momentos en los que he hecho algo que no quería o he obligado a otro a hacer algo que no quería, me doy cuenta de que lo que realmente estaba haciendo era amenazarlo con unas consecuencias mostrándole que no hacerlo era peor que hacerlo. De alguna forma, quien obliga, genera un contexto en el que el individuo prefiere hacer “lo que no quiere” a no hacerlo. Modificamos su mundo para que actúe bajo coacción y claro, hace algo que no quiere, pero que en ese momento sí prefiere hacer, porque las reglas han cambiado.

Las personas actuamos para conseguir cosas y decidimos lo que hacemos en base al conocimiento adquirido y las consecuencias previstas. Son los grupos de razones que comentaba al principio, los porqués y los para qué.

Igual que a un rehén lo pueden obligar a golpes a hacer algo, a un joven puedes obligarlo a estudiar con otro tipo de técnicas; pero si, en ambos casos, estas personas no comprenden los escenarios alternativos, no los ven posibles o no les parecen suficientemente malos, no cambiarán su actitud.

Muchos padres, madres, profesores y yo mismo hemos vivido situaciones en las que parece que es imposible obligar a un niño a hacer algo que debe hacer. Esas incomprensibles circunstancias en la que ni con amenazas, castigos o violencia se les consigue convencer. Esto puede suceder cuando las consecuencias no son suficientemente malas (para el otro) o cuando la persona no es capaz de verse a sí mismo en ese otro contexto alternativo desagradable.

¿Qué sucede entonces cuando un niño no se ve a sí mismo cumpliendo un castigo con el que lo amenazan? Pues, seguramente, que no responda como se espera de él, simplemente porque no ve la parte mala de ese otro escenario. Algo que también sucede cuando, desde su forma de ver el mundo, prefiere el castigo a responder a la obligación, aunque los padres no lo comprendan.

Por lo tanto, para que una persona (sea de la edad que sea) reaccione ante una amenaza, antes debe ser capaz de pre-vivir los distintos escenarios y luego decidir que prefiere obedecer que las consecuencias. Y eso no deja de ser una decisión.

Durante los procesos de coaching con adolescentes, con personas de todas las edades y durante los talleres con padres o de coaching educativo, suele aparecer el concepto de “para qué”. Como decía antes, las personas hacemos las cosas para algo, y esto lo sabemos todos ya que si no, no tendría sentido intentar convencer a los hijos para que estudien argumentando su futuro, la carrera profesional, etc.

Como ya dejé caer antes, uno de los retos a la hora de “obligar” es encontrar algo que al otro le movilice y ese algo no debe ser de quien obliga sino de quien es obligado. No hablamos por tanto de obligar, sino de motivar. Más concretamente, de ayudar a descubrir el motivo que cada uno tiene para conseguir algo.

No conseguirás convencer a alguien para hacer algo si los motivos que esgrimes no lo motivan (y valga mucho la redundancia aquí) o si no es capaz de pre-vivir lo que le planteas.

Creo que esto nos sucede a todos en todas las situaciones, nadie te va a convencer de levantarte un domingo a las 4 de la mañana para conseguir una colección de piedras y ramas del parque, porque eso, para ti, no es relevante. Y tampoco conseguirán levantarte a las 4 de la mañana de un domingo de invierno para cantarle a la luna si el argumento es que esa es la única manera de evitar la aparición de siete dedos en los pies.

En el primer caso, puedes imaginar un mundo en el que tienes una colección de piedras, pero no te motiva. En segundo, tal vez no quieras 7 dedos en los pies, seguro que no ves una relación entre la acción y la consecuencia.

Es poco probable que nos esforcemos en hacer algo para un futuro que nunca llegará o para lograr algo que no nos motiva.

Supongo que a estas alturas te estarás preguntando ¿A dónde quiere llegar este hombre? Pues quiero llegar a que si quieres que tu hijo haga algo (llámalo obligar o motivar), necesitas averiguar qué le hace vibrar a él y cómo se relaciona con lo que quieres que haga.

En este otro artículo hablaba sobre cómo motivar a un adolescente y en él hacía referencia a la idea de ayudarle a encontrar su pasión y acompañarle a descubrir qué hay detrás de ese sueño. El motivo de este consejo es que pienso que, sea lo que sea lo que le gustaría conseguir, es casi seguro que hay una serie de estados internos que espera alcanzar por medio de ese sueño y la esperanza de alcanzar ese (o esos) estado(s) será lo que le haga ponerse en movimiento. Yo utilizo esto en mis sesiones de coaching con adolescentes y creo que los padres pueden aplicarlo en el día a día.

Como explico en este vídeo https://www.youtube.com/watch?v=ZaGJ04oL4ZY, cuando deseamos algo material o relativamente tangible, lo hacemos porque perseguimos un objetivo profundo y propio. Los deseos que se refieren a “hacer algo” son el medio que elegimos para alcanzar un estado personal. Saber esto nos da pie para indagar sobre qué es lo que cada uno realmente quiere de la vida.

Ayudar a la persona a descubrir las distintas facetas de sus deseos le permitirá a él y a la persona que lo acompaña conocer sus inquietudes personales actuales.

En las sesiones de Coaching Realista, he tenido la oportunidad de hablar con muchas personas que no saben para qué hacen lo que hacen o que no saben qué quieren en la vida. Ya tengan 40 ó 16 años, el resultado pueden ser actitudes apáticas, contradictorias, de culpabilidad o de desgana en las que, puede que hagan cosas por obligación, pero no tienen energía para actuar y disfrutar de lo que quieren o creen que quieren.

Cuando una persona tiene la gran suerte de saber qué lo motiva, sólo necesita encontrar la relación entre lo que quiere hacer y esa motivación. Ahí es donde radica la auténtica potencia del conocimiento interior y el acompañamiento que los padres pueden hacer por sus hijos para provocar movimiento.

Cuando una persona encuentra su pasión, ha encontrado un yacimiento de un combustible que actualmente escasea mucho: el para qué. 

Si eres un padre, una madre o un profesor que quiere obligar a un chaval a estudiar, comienza por ayudarle a descubrir qué quiere conseguir en la vida o qué lo motiva de verdad. Desde ahí, ayúdalo a encontrar la relación entre los estudios y ese algo motivador.

Hay ocasiones en que la primera misión imposible puede ser descubrir el elemento motivador, pero ese no es el objetivo de este artículo y sobre ello hablaré en otro momento.

La segunda misión imposible que me suelo encontrar es la de relacionar ese elemento con los estudios. Cumplir este objetivo puede ser tarea complicada y puede requerir grandes dosis de creatividad, pero no tiene por qué ser un imposible.

Cuando parece que no hay relación entre lo uno y lo otro, puedes crear esa relación, no serías el primer padre que ofrece a su hijo un premio relacionado con su pasión para motivarlo en los estudios, pero no es esa la alternativa que te propongo. Lo que te sugiero es algo mucho más permanente y que os ayudará a ambos a desarrollar un modelo de pensamiento útil muy práctico para el resto de vuestras vidas. Me gustaría resumirlo en los siguientes pasos:

Identifica esa pasiónDefine un contexto presente o futuro en el que esa pasión esté presente.Traza un camino que relacione, con distintos puntos intermedios, los estudios con la pasión.

Si crees que ese sueño es inadecuado como objetivo vital, recuerda que no se trata de que sea necesariamente el único foco de su existencia, sino que de alguna forma sea parte de su vida. ¡Sé creativo!

Al llegar aquí, pueden pasar varias cosas:

Que hayas encontrado el punto motivador.Que exista la conexión, pero no le motive porque es a muy largo plazo.Que no exista forma de relacionarlos.

Si lo encuentras, enhorabuena, ya tienes tu “para qué”, disfrutadlo los dos.

Si lo encuentras pero no le motiva porque le planteas algo así como estudiar ahora para ser un guitarrista de éxito dentro de 10 años, prueba a establecer puntos más próximos. Recuerda que si la persona no es capaz de verse en ese contexto, no le motivará y muchos de nosotros no tenemos una gran capacidad de proyección a un futuro que nos parece lejano. En este caso, puedes buscar un objetivo más próximo (el concierto del colegio) o un punto intermedio anterior (tiempo para poder practicar en vez de estudiar para recuperar).

Si no ves conexión, puedes repasar ese objetivo y encontrar qué le aporta. Qué sensaciones y recompensas personales e internas le ofrece; qué carencias suple, etc. Y desde ahí pasar a otro objetivo más próximo o que sí tenga relación con los estudios en mayor o menor grado.

No sé cómo puedes hacer que tus hijos estudien, pero tengo algunas claves para ayudarles a saber para qué querrían hacerlo.

Te deseo mucha suerte en esta tarea, grandes dosis de paciencia y mucha imaginación. En un proceso de coaching esto es más sencillo, porque la persona se abre a un profesional que sabe aprovechar su discurso, pero la familia es el lugar ideal donde rentabilizar al máximo estos descubrimientos.

Solo dos consejos antes de terminar:

Recuerda que lo que le hace vibrar es algo suyo, no tuyo.Sé sincero. No inventes conexiones inexistentes. No se trata de manipular, sino de descubrir juntos.

Hay muchos más elementos a tener en cuenta y algunas técnicas que empleo en mis sesiones con jóvenes que podrían ayudar en estas situaciones. De hecho, podríamos hablar de técnicas para pre-vivir el éxito, análisis del pasado para eliminar limitaciones propias, aprendizaje de personas de referencia, focalización en acciones, desmenuzado de objetivos… pero ya he superado las 1.600 palabras y esto, por ahora, no es un libro.

Carlos Melero
Coach
ECP Escuela de Coaching para Padres y Profesores


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