lunes, 19 de enero de 2015

El apego: en su origen una tendencia primaria para garantizar la supervivencia

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Por Vittoria Veri Doldo 

Las cosas no son cosas.
Son preciosos cofres en que guardamos emociones y nos quedamos apegados a ellas, por mucho que se queden encerradas allí.

Bowbly centra su estudio en las relaciones entre el bebé y su madre según la teoría del ciclo vital, extendiéndolo a otras relaciones como entre hermanos, padres e hijos, abuelos y nietos.

‘’Las personas al igual que otras especies animales cuentan con conductas innatas que los predisponen a formar vínculos afectivos con la finalidad primordial de favorecer la supervivencia. En el bebé las conductas innatas son: la sonrisa, la mirada, el llanto, llamadas y la orientación preferente hacia estímulos sociales. Estas conductas atraen a las personas del entorno que se dirigen hacia el niño.’’[1]

Los bebés tienen la necesidad de desarrollar dependencia hacia quienes les cuidan hasta que no estén preparados para enfrentarse a situaciones que no conocen. Es por este motivo que, frente a las separaciones, la primera reacción es muy dramática, de resistencia y negación, hasta luego llegar al desapego (tras averiguar que no hay ningún peligro).

El apego se relaciona con tres sistemas: del miedo, de la exploración y el afiliativo

El primero se activa en todas las situaciones fuera de las habituales y/o conocidas, las cuales se perciben como amenzadoras.El segundo, por lo contrario, permite abrirse al descubrimiento del entorno y de todo lo que hay en ello.Y el tercero implica acercamiento e interés por las personas, lo cual favorece el desarrollo de las habilidades de caracter social y relacional.

Los últimos dos son fundamentales para anular el del miedo.

El apego, en esta clave, tiene la finalidad de garantizar  la supervivencia y la seguridad emocional.

Por lo tanto, diferentemente de lo que ocurre a los adultos, para un bebé el apego a los objetos ejerce una función diferente.

Desde su nacimiento el bebé ha ido estableciendo un vínculo afectivo con la persona que cuida de él, cosa que le hará construir confianza y seguridad en el mundo que le rodea. Este vínculo constituirá la base de su afectividad y de su vida emocional futura.

Cuando llega el momento de las primeras separaciones de la persona que cuida de él, el bebé necesita establecer otro vínculo afectivo que le ofrezca la sensación de seguridad y confianza que el contacto con sus cuidadores le ofrecía.

Un chupete o un peluche se consideran objetos de apego o de transición, ya que le ayudan a mantener cubiertas sus necesidades afectivas y a sentirse protegido hasta cuando estará preparado para desapegarse completamente.

Si trasladamos el apego material a nuestro día día, sus repercusiones generan importantes efectos des-adaptativos, carencias emocionales a las que es difícil enfrentarse, bloqueos hacia la vida.

Cuando nos quedamos apegados al pasado, a los recuerdos, a lo que fue y que ya no es o a lo que nunca ha sido y jamás será, es como si nos enjauláramos en un espacio donde vamos cumulando cosas y cosas hasta no poder respirar, ni poder levantar la mirada y ver que hay un universo infinito de oportunidades.

La vida así no tiene espacio para traer lo nuevo. Las energías así no fluyen y nos quedamos estancados, sin fuerzas, sin ánimos, sin ganas, sin opciones…

Una habitación con ventanas que nunca se abren jamás podrá traer aire nuevo, limpio, fresco porque éste nunca logrará entrar. Lo mismo se produce en nuestra vida, en nuestra mente, en nuestras emociones.

Quedarse enganchados a situaciones desagradables, no perdonar y no aceptar, igualmente provoca que guardemos resentimiento, miedo, sufrimiento, angustia, tristeza; lo cual no nos permite abrirnos a amar, a dar y recibir, a confiar.

Igualmente quedarnos apegados a los objetos, a cosas que vamos almacenando y a las que atribuimos un significado y una función emocional, un vinculo afectivo, nos hace estancar.

Y no solo, en nuestro interior los efectos son más devastadores.

Sin saberlo, creamos y nos quedamos en un estado de desconfianza hacia nosotros mismos, los demás,  el futuro, la vida porque consideramos que podríamos no disponer de las cosas si no las guardamos.

Y esto nos encierra en una dimensión estática y nutre la creencia limitante de que lo bueno no puede llegar a nuestras vidas. 

 El ambiente en que vivimos y la manera en que lo gestionamos también refleja como nos vivimos  y gestionamos a nosotros mismos y a lo que nos pasa. Esa misma actitud es nuestra actitud hacia la vida; esta misma imagen es la que proyectamos.

Según el feng shui, el desorden en el ambiente en que vivimos denota cierto caos en nuestra existencia.

Lo que por ejemplo tendemos a almacenar en los sótanos o en los trasteros indica un desorden en nuestros recuerdos o bien experiencias olvidadas que siguen existiendo en nuestro subconsciente; o bien el desorden o el cumulo de objetos que vamos almacenando fuera de nuestra casa, se refiere a todas las cosas que no queremos ver de nosotros mismos. 

La limpieza física o material se asocia a una limpieza interior y energética. 

Aún cuando se trata de una limpieza física y material, ésta funciona a nivel energético. Al limpiar y ordenar nuestro hogar,  nuestro cuarto, nuestro escritorio en el trabajo etc., nos  deshacemos de todo lo que no necesitamos y nos crea obstáculos,  para así sustituirlo por energía nueva.

Energía nueva hace que emociones nuevas tengan espacio en nuestro interior, y emociones nuevas generan pensamientos nuevos.

Crear espacio hace que lo nuevo pueda entrar en nuestra vida.

 [1] Bowlby, J – ‘Maternal Care and Mental Health’,  1951 Organización Mundial de la Salud (OMS).

Vittoria Veri Doldo
Health Coach
www.healthenergycoaching.com


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