Por Pablo Tovar
Se trata esta de una conocidísima fábula para mostrar nuestra dificultad de adaptación a los cambios incrementales; aquellos que no son súbitos. Incluso se dice muchas veces que está basada en probados experimentos. Hay dos autores, realmente solventes (a ambos los considero maestros), que la publican en dos de sus libros: Primero fue Peter Senge en “La quinta disciplina” y, algunos años más tarde, Manfred Kets de Vries la incluyó en “Life and Death in the Executive Fast Lane“.
Si echamos una rana en una olla con agua hirviendo (a veces dicen agua muy caliente), esta salta inmediatamente hacia fuera y consigue escapar. En cambio si ponemos una olla con agua fría (a veces dicen temperatura ambiente) y echamos una rana esta se queda tan tranquila. Y si a continuación empezamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona sino que se va acomodando a la temperatura hasta que pierde el sentido y, finalmente, morir achicharrada.
La fábula está bien para transmitir un par de enseñanzas. Primero, nuestra capacidad para observar una situación problemática gana mucho si somos capaces de tomar distancia y observarla “desde fuera”. Y segundo, existen proceso lentos y graduales que amenazan nuestra supervivencia (satisfacción, felicidad…) y que no somos capaces de identificar a tiempo.
Ahora bien, la fábula no deja de ser eso, pura ficción, que no deja en muy buen lugar a las ranas, y que se le debió ocurrir a algún consultor experto en cambio, a quien seguramente le sirvió para sensibilizar a algunos de sus clientes y que se ha propagado a la velocidad de la luz.
¿Por qué ha sido así? Pues porque en el fondo la fábula es una fantástica metáfora, sencilla y gráfica, de algo que realmente nos ocurre a los seres humano, tanto como individuos como en equipos y organizaciones: tendemos a acomodarnos en lo conocido, en la zona cómoda o de confort, y llegamos a negar incluso que permanecer ahí limita nuestras posibilidades, nuestra felicidad o realización o incluso nuestra supervivencia. Y digo más, ello se produce tanto ante cambios incrementales del entorno o nuestras condiciones, como también en el caso de cambios súbitos. Los ejemplos pueden ser infinitos:
Permanecemos en un empleo a pesar de que nos limiten nuestras responsabilidades, posibilidades de aprendizaje, de promoción o de satisfacción. Personas que nunca aceptarían un empleo con esas características, se aferran a él a pesar de que, poco a poco, de modo progresivo, van entrando en una situación como la descrita. Nos aferramos a nuestra pareja tras 10 años de convivencia, a pesar de que pesa 20 kilos más que cuando lo conocimos, padece alopecia, ya no le dirigimos la palabra más que para discutir y sus intereses e inquietudes se parece a los nuestros como un huevo a una castaña. Esa empresa, pequeña o grande, aquí el tamaño sí que no importa, que ve cómo lentamente sus márgenes se van estrechando, que poco a poco va perdiendo clientes, y sin embargo siguen tratando de hacer lo que siempre han hecho en el pasado, lo que saben hacer, aunque eso ya no sea suficiente.¿Por qué nos ocurre esto, realmente? Pues porque la mayoría de los humanos funcionan bajo el paradigma “Problema-Reactivo”. Y lo utilizamos para protegernos del peligro y de las amenazas. Se trata de un paradigma que tiende a alejarnos de lo que no deseamos (problemas, obstáculos, amenazas…). Lo que queremos es volver “a la normalidad”, a que las cosas sean como antes del problema o amenaza. Es una cosmovisión guiada por el miedo, a que nos ocurra algo o a que nos deje de ocurrir, donde la ansiedad juega un papel central. Solemos tomar acciones (o no tomar) que lleven a reducir nuestro nivel de ansiedad, aunque ello no resuelva realmente el problema o no nos conduzca al futuro que deseamos.
Y además le llamo paradigma para transmitir la idea de que es una cosmovisión del mundo, de la vida. Y por tanto es envolvente y difícilmente la sometemos a cuestión. Si alguien sugiere algo así, como un servidor hace ahora, suele ser descalificado por iluminado, manipulador, frívolo o, simplemente, imbécil.
¿Cuál es la alternativa? Pues cuestionar ese paradigma, esa cosmovisión y adentrarse un proceso difícil y largo (toda la vida) de transformación personal (y, por tanto, también organizativa) para poder funcionar bajo el paradigma “Resultado-Creativo”. En esta cosmovisión la energía para actuar (o no) no viene del miedo o de la reducción de la ansiedad, sino del amor, del deseo de querer conseguir algo que nos haga sentir plenitud. Desde ahí es posible conseguir resultados extraordinarios de modo sostenible. Este paradigma o cosmovisión es la base en el desarrollo del liderazgo y, en general, la base para conseguir vidas plenas y satisfactorias, guiadas por un propósito y por una visión de lo que realmente anhelamos.
Sé feliz, P.
Pablo Tovar
Coaching Ejecutivo
http://www.pablotovar.com
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