Por Gabriela Soberanis Madrid
“Puede enseñarse a decir gracias, pero no a estar agradecido”.-Anónimo
La gratitud es tanto una acción como un sentimiento, pero ante todo es la toma de consciencia de que hemos sido provistos de un obsequio o de algo especial. Es la capacidad de apreciar las bendiciones y su inmenso valor y, sentirse dichoso por ellas. Las personas agradecidas están despiertas a ésta benevolencia de la vida, porque se disponen a estar receptivas para todo lo bueno que hay a su alrededor. Verbalizan los motivos por los que se sienten afortunadas y cultivan el sentimiento de sentirse agradecidas.
Pero para cultivar un agradecimiento puro y legítimo en nuestras vidas, necesitamos distinguir entre dar gracias y estar agradecido. Podríamos decir que son dos formas de referirse a lo mismo, ya que en ambos casos se trata del reconocimiento que hacemos a una persona o a una situación por algo que nos ha ofrecido y que valoramos profundamente. Sin embargo, basta con acercarnos un poquito más para darnos cuenta que “dar gracias” es algo que hacemos, por lo que tiene que ver con una acción; mientras que estar agradecidos es algo que sentimos, por que tiene que ver con un estado emocional. La diferencia aunque sutil, es abismal. Podemos dar gracias y no sentir nada o sentir muy poco, pero cuando cultivamos la práctica del agradecimiento, nos invade un sentimiento como ningún otro. En el verdadero y auténtico agradecimiento no bastan las palabras, hace falta la emoción, esa sensación inigualable de dicha, ese sentimiento de gozo que es casi indescriptible y al que le acompaña un profundo bienestar interior por saberse privilegiado.
Antes de que la acción se pueda convertir en sentimiento es necesario cultivar pensamientos de gratitud en nuestra mente. Así, la gratitud es un hábito y como tal, se practica. El filósofo Martin Heidegger decía “Denken ist Danken” (pensar es agradecer). ¿Cómo es esto? Bien, como algunos de ustedes coincidirán conmigo, las ideas como los pensamientos si bien pueden surgir de forma espontánea, en la mayoría de los casos nosotros decidimos si los dejamos entrar a nuestra mente o no. Cuando prestamos más atención a unos pensamientos que a otros, estamos frente a una evidente situación de elección. Si decidimos cultivar aquellos pensamientos que nos permiten tomar consciencia de los dones que tenemos, ver los progresos que hemos alcanzado, identificar las bendiciones que hemos recibido, las cosas buenas que hemos brindado a otros y las dificultades que hemos podido trascender, tal como decía Heidegger, así es como la gratitud también se convierte en una cuestión de elección.
La gran ventaja es que la gratitud se puede practicar de muchas formas. Podemos tener un “cuaderno de gratitud” y escribir en él los momentos y las personas que nos dan motivo para experimentar agradecimiento. Podemos aprender oraciones de agradecimiento y tenerlas presentes para que poco a poco cobren sentido en nuestro interior. Podemos practicar expresiones faciales de gratitud y cultivar el hábito de hacer pronunciamientos públicos de agradecimiento a las personas con las que tenemos contacto. Podemos analizar nuestro lenguaje y asegurarnos que expresa que nos sentimos afortunados por tener la vida que tenemos. Podemos decir gracias por lo que sea y en cualquier momento, a fin de cuentas, aún las cosas que alguna vez creímos que nos dañaron, hoy nos han traído aquí, al presente, para ser mejores personas.
Todos los seres humanos tienen algo qué agradecer. Solo que no todos se dan cuenta. Algunas personas creen que practicar la gratitud está sujeto a lo afortunados o desdichados que son. Pero lo cierto es que nada tiene que ver con lo que ocurre en sus vidas. Es independiente a ello. Dar gracias es un acto de consciencia y valentía, porque solemos aprender su verdadero valor cuando la practicamos justo en medio de las situaciones más adversas. En realidad, es el único lugar donde es posible construir este valor. Una persona forja su temple y es capaz de apreciar los regalos de la vida cuando, en medio de las adversidades y de los momentos difíciles, hace un esfuerzo por agradecer las cosas que tiene, las personas que están cerca, las experiencias vividas y, también las ausencias, las carencias y las cosas que ya no tiene oportunidad de cambiar. Cuando agradecemos de esta forma, estamos dando cabida a la posibilidad de que todo ha sido exactamente como ha tenido que ser y que estamos en el lugar preciso para continuar con nuestro crecimiento espiritual.
Una persona agradecida sabe que puede elegir ver una experiencia de una de estas dos maneras: con los ojos de la carencia o con los de la abundancia. La ingratitud es una forma de centrarse en lo que nos falta y erigir barreras, mientras que la gratitud es una forma de enfocarnos en el bienestar y, ver posibilidades y expandirlas. El primer paso para obtener lo que deseamos, es agradecer lo que tenemos. El universo siempre da más de aquello en lo que uno fija su atención. Éste es un principio metafísico de importancia suprema, la clave misma para la manifestación de la plenitud.
Para concluir me gustaría que se quedaran con estas reflexiones: Ver la vida con ojos agradecidos lo cambia todo. Necesitamos creer y aprender que es el agradecimiento el que antecede a la felicidad y no al revés. Esto es lo que explica porqué el amor y la felicidad siempre están cerca de un corazón y una mente agradecidos. Por otro lado, no hay nada que pueda darnos más libertad y fortaleza emocional que el hábito de dar gracias por las pequeñas cosas de la vida. Esa es la forma en que la gente común obtiene el valor y la fortaleza para hacer cosas excepcionales y alcanzar grandes proezas.
Gabriela Soberanis Madrid
Dirección General Enfoque Integral Consultoría, Capacitación y Coaching para el éxito
enfoqueintegral.com.mx
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