Por Roberto Celaya Figueroa
Dicen que una vez existió una persona que constantemente se ponía metas y las lograba. Mientras más ambiciosas las metas más empeño le ponía y los éxitos se acumulaban uno tras otro. La gente estaba intrigada del dinamismo y fuerza que esta persona ponía en sus planes y se cuestionaba sobre la fuerza interna que lo facultaba a lograr todo lo que se proponía. Cuentan que ya en la vejez un reportero que hacía la reseña de su vida le hizo la pregunta que todos tenían en mente “¿Cómo era posible que aún y cuando las cosas parecían imposibles, él se las arreglaba para hacer realidad sus metas?”, la respuesta no pudo ser más sencilla a la vez que sorprendente: “Sabes, ahora que veo en retrospectiva me doy cuenta de eso que me dices, pero en su momento nadie me dijo que eso era imposible y yo tampoco lo pensé”.
Es curioso cómo cambia la percepción de las cosas y la motivación de nuestras acciones cuando la palabra imposible o difícil aparece en el horizonte. No quiere esto decir que todo lo que uno piense que es fácil por ese simple hecho lo sea, pero sí que el andar cobra otro dinamismo cuando queremos, sabemos y creemos que se puede hacer.
Y en esa dinámica de querer y poder, la parte de aceptar los resultados es sumamente importante. ¿Cuánta gente conocemos que constantemente tiene para cada fracaso o inacción una justificación, la cual generalmente es una justificación externa? Yo creo que hemos de conocer varias: cuando no es el gobierno, es la familia, son los amigos, es la vida, la mala suerte o Dios quienes se han confabulado para hacer irrealizable las metas propuestas.
Si uno observa a los niños, estos tienen dos facetas: son muy libres (hacen lo que les da la gana y por eso uno debe guiarlos) y son fácilmente manipulables por la falta de carácter y conciencia que tienen. Conforme uno va creciendo ambas facetas tienden a un desarrollo pleno donde ese “hacer lo que le venga en gana” se transforma en un actuar libre pero responsable, donde el egoísmo deja paso a la solidaridad, de la misma forma ese carácter altamente manipulable cede para dejar ver un carácter donde uno toma las decisiones y se hace responsable de las acciones.
Esta última parte es sumamente importante pues el peso que la sociedad actual da sobre la libertad es claro y contundente, pero el peso en cuanto a la responsabilidad de las acciones es difuso y leve. La responsabilidad es hacerse dueño de nuestro propio destino, no dejando en actores externos (aunque sí considerándolos), las decisiones que tengan que ver con nuestro desarrollo, superación y excelencia.
Puedes ir por la vida señalando que tal o cual cosa o persona es la responsable de tu desdicha o estancamiento, pero la realidad ha sido, es y será, que eres tú quien es responsable de tu destino, tu felicidad y de eso que dura un momento pero que trasciende hacia la eternidad y que llamamos vida.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Socio Director de Consultoría Independiente
www.rocefi.com.mx
Este artículo puede verse en video en http://bit.ly/OZad74
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